miércoles, 31 de mayo de 2017

Mientras el Estado amenaza al independentismo con violencia

Quienes levantamos con más fuerza la bandera de la autodeterminación, somos los comunistas. No la burguesía catalana “independentista” que por su posición acomodada no está dispuesta a un gran enfrentamiento con el Estado, ni la pequeñaburguesía cobarde y vacilante, con contadas excepciones. Digo los comunistas, no los revisionistas que fortalecen a la oligarquía española desde el españolismo rancio, negándose a defender el referéndum, diciendo estar a favor del derecho a la autodeterminación de palabra y no de hechos, sin aprovechar esta ocasión para agudizar la crisis del régimen. Al fin y al cabo hacen lo que llevan haciendo desde la “transición”: fortalecer al Estado legitimando su legalidad. Además, más allá de la estrategia, no se puede ser comunista sin defender el democrático derecho a la autodeterminación.

El gobierno ha amenazado con hacer uso del ejército si es preciso para impedir el referéndum y varios partidos nazis han asegurado que acudirán a reventarlo. Pero esto no es suficiente para que la mayoría del independentismo asuma como imprescindibles los comités de defensa del referéndum. Es preocupante que tan solo una parte pequeña de la CUP haya hablado de la necesidad de estos. La mayoría del independentismo sigue en la fe ciega y en el ambiente festivo sin plantearse este tipo de cuestiones básicas. Defender el referéndum es impulsar comités de defensa, no irse para casa tranquilos si el Estado lo impide con el uso de la fuerza o como sea. ¿Qué tiene que pasar para que algunos espabilen un poco y salgan de la ridícula mentalidad hippie, que desfilen los tanques por Barcelona? ¿Que seamos agredidos por soldados imperialistas? ¿Que los nazis amparados por el Estado nos apuñalen como hicieron con Guillem Agulló y tantos más? ¿Que la Generalitat se cague y no haya referéndum?

Bastantes comunistas votamos a la CUP para que jugara el papel que prometía jugar: presionar a Junts pel sí, impulsar la movilización en las calles, ensanchar la base a favor de la independencia, etc. A sólo 4 meses del supuesto referéndum, la movilización deja más que desear, apenas algunos hablan de comités de defensa y hay una excesiva tolerancia o suavidad con las vacilaciones del gobierno catalán. Ni siquiera las graves y amenazantes declaraciones del gobierno español les llevan a ponerse firmes de una vez. ¿Hay que recordar la reciente historia para saber a qué clase de Estado nos enfrentamos? Por fin el otro día, María Rovira de CUP Barcelona, llamó al Estado español por su nombre: fascista. Ya podrían tomar nota otras militantes de la CUP que lo llaman democracia imperfecta o cosas por el estilo.

En mi ciudad, Lleida, las fuerzas independentistas apenas hacen campaña u organizan charlas y debates abiertos en los que tratar ciertas cuestiones. Hace poco organizamos uno y la ANC no quiso ni participar, pues no les interesa que se ponga en duda la labor del gobierno catalán o que se diga la verdad: que las cosas no serán tan fáciles como el paseo de la Diada si queremos conquistar la independencia y no hacer el ridículo. Hasta la fecha, el colectivo de mi ciudad que he visto más volcado con la defensa del derecho a la autodeterminación, es Resisteix, organización comunista. Haciendo campaña, entre otras cosas, por los comités de defensa ante boicots fascistas o el uso de la fuerza por parte del Estado. Los comunistas no somos espontaneístas y por lo tanto, no dejamos asuntos tan serios a la improvisación, de ahí que ya llevemos tiempo insistiendo en la importancia de organizar la resistencia popular para garantizar el derecho a la autodeterminación frente al Estado fascista y las vacilaciones de la burguesía catalana a favor de la independencia, que no es lo mismo que dispuestos a pelear de verdad por esta. Los comunistas sabemos a qué clase de Estado nos enfrentamos y que no es para tomárselo a guasa o a fiesta, por más que resulte incómodo que lo recordemos a quienes creen que cederán ante la ilusión de tantas personas. Para preparar al pueblo hay que hablar claro y ningún partido independentista presente en el Parlament, lo está haciendo. Es una lástima porque ese millón de personas que sale a la calle para la Diada, bien organizado sería imparable. Pero por ahora, la cosa cambia o las carcajadas que el Estado español se va a echar a costa del independentismo catalán, serán un eco constante.




lunes, 15 de mayo de 2017

Recuerdos del 15 M (a 6 años)

Recuerdo cuando hace 6 años escuché la noticia de que las plazas de todo el Estado se llenaban de personas protestando. Se me pusieron los pelos de punta, me emocioné y sentí mucha alegría: ¡por fin salía la indignación masivamente a las calles! Inmediatamente salí de casa y acudí a la plaza de mi ciudad en la que numerosas personas se empezaban a congregar. Recuerdo que llevaba una camiseta que ponía “siempre rojo y a la izquierda”. A los pocos minutos se acercó un tipo a decirme que eso era ofensivo, que allí también cabía la derecha. Qué ingenuo era él y a la vez yo, que había olvidado arrastrado por la emoción, cuál era el nivel. Fue frustrante intentar hacerle entender lo más básico y que no parara de repetir: “Aquí cabemos todos”. También recuerdo que en una de las primeras asambleas hicimos grupos de debate y propuse ocupar bancos como forma de protesta para denunciar, entre otras cosas, lo que al menos varios asistentes sabían: que los políticos estaban al servicio de la banca criminal. Me miraron como si propusiera atracarlos y mi propuesta fue ignorada. Sólo un año después, la PAH convirtió ocupar bancos en algo normal y eso prueba que hubo pequeños avances después del 15M.

Tras ver cuál era el nivel comprobando que tanta indignación no quería ni ocupar bancos de forma pacífica, la alegría del principio se convirtió en bajón, pero no por ello dejé de asistir los días siguientes. En uno de estos, al lado de la plaza de la acampada, había un acto electoral del PSOE para las elecciones municipales. Junto con unos compañeros anarquistas fuimos a boicotearlo con una pancarta que recordaba lo que son y gritos. Acudimos los de siempre, nadie nuevo del 15M se sumó, pero eso no era lo peor. Al avanzar hacia el acto, la policía nos cortó el paso y tras un forcejeo, rompió la pancarta e impidió el paso. Nunca olvidaré el comentario de un anciano que pasaba por allí: “Esto parece el franquismo”. Desde la plaza del 15M se veía todo y uno de los asistentes, un estudiante de medicina, vino corriendo. Vaya, alguien que se une a nosotros, pensé. Pero todo lo contrario, le dijo a la policía que no teníamos nada que ver con el 15M y que no apoyaban eso. Tuve que armarme de paciencia para no partirle la cara y entonces, se desvanecieron las pocas ilusiones que me quedaban respecto a aquella acampada. Este estudiante era uno de los que llevaban el cotarro, por más que presumieran de “movimiento horizontal”. Mi inmadurez política hizo que no denunciara eso en la asamblea y lo dejara pasar. A los pocos días el tipo se debió cansar de que acampando no se conquistara el paraíso y no vino más.

Yo seguí asistiendo, interviniendo en las asambleas y en el micro demasiado abierto, pues habló hasta un mierda del PSOE y cuando lo increpamos unos cuantos, otros tantos salieron en su defensa. Al ser un movimiento tan desclasado y con un nivel de conciencia tan bajo, los oportunistas y tarados de todo tipo se acercaban como buitres, hasta varios personajes venidos de sectas, literalmente, campaban a sus anchas y eran venerados por algunos. Las asambleas eran un caos y al final, tras horas y decenas de opiniones, se concretaba poco más que la cena. Mi escasa experiencia militante, mi poca formación y mi frágil paciencia, me impidieron tener un mejor papel intentando concretar yendo al grano. No era fácil empujar a la combatividad cuando ponían como ejemplo a Islandia y creían que por ocupar las plazas levantando las manos, los poderosos abandonarían privilegios y cederían derechos. Derechos que, por otra parte, tampoco se concretaban. Muchos pasaban por allí como una aventura de fin de semana: acampada, cachondeo, fotos y punto. Lo poco positivo es que se gritaba a los políticos: ¡No nos representan! El problema es que luego, cuando boicoteábamos sus actos, nos condenaban o no se unían. También hizo que se hablara masivamente de política en las calles y eso era necesario. Además, fue en cierta manera el germen de movimientos como la PAH, que aún con sus lógicas limitaciones, han servido para frenar muchos desahucios, señalar a criminales, evitar cortes de luz y agua, etc. Igual que es nocivo sobrevalorar el 15M como siguen haciendo muchos sin análisis crítico, también lo es decir que fue totalmente inútil, entre otras cosas porque la experiencia enseña y muchos aprendieron que no basta con acampar levantando las manos para conquistar derechos.

Aunque todas las acampadas del 15M eran parecidas, en las ciudades donde más militantes anticapitalistas participaban, tenían más contenido, pero igual que yo, también se daban contra un muro a menudo y los hippies montaban talleres de yoga y debates estériles mientras la miseria crecía en los barrios que, en su mayoría y como es lógico, acusaban de perroflautismo al movimiento. Los medios burgueses, sabiendo que era un movimiento inofensivo, hablaban de este como si de un zoo se tratase y las acampadas fueran monos a observar con la tranquilidad de saber que no darán dos hostias. Eso hacía felices a los ingenuos, como si los medios financiados por bancos y grandes empresas, pudieran hablar bien de un movimiento que realmente ponga en peligro al régimen. Si lo hacen, es que demasiado falla, pues son voceros y escudos de los culpables. Así, pasaron los días y la plaza cada vez estaba menos llena, pues quienes esperan soluciones rápidas y cómodas, caen rápido en el derrotismo. Tras casi dos semanas, la policía desalojaba al amanecer por orden del alcalde del PSOE (ese al que habían protegido al principio cuando le hicimos el escrache). Hubo detenidos y porrazos, una dosis de realidad para quienes llamaban amigos a los policías y creían que el buenrrollismo de la acampada iba a contagiar a los opresores. La manifestación de por la tarde fue una de las más masivas que he visto en esta ciudad. Cuando pasábamos por delante de la comisaría se golpearon cristales y hubo quienes intentaron arrancar las banderas del edificio, otra vez frenados por quienes llamaban violencia hasta a eso.


El 15M puede resumirse en “mucho ruido y pocas nueces”. Se cuestionó al régimen pero no se atacaron sus pilares. Se dijo que había que conquistar derechos pero ni se concretaron ni se supo cómo. Lo pintaron como el inicio de la lucha sin querer saber nada de luchas pasadas mucho más serias que sí conquistaron derechos, era la soberbia de una indignación pequeñoburguesa. Hoy estamos mucho peor que en 2011 y las plazas están vacías porque se pasó del “no nos representan” a decir que Podemos sí nos representa. Los oportunistas de Podemos captaron ese cabreo descafeinado y lo sedaron aún más en las urnas. Un movimiento desclasado era pasto de quienes como Podemos no representan a nuestra clase. Por eso, los barrios más jodidos, donde hay cabreo de verdad aunque no se organice ni se dirija bien, no se sentían representados por el 15M. Al final, aquella movilización en las calles, sirvió a quienes alejan la lucha de las calles. Pero qué duda cabe, de que la próxima vez que las calles se llenen masivamente durante tantos días, el nivel será más alto por las lecciones de la experiencia y por la conciencia de clase que la crisis capitalista ha servido con hostias de todo tipo. Aunque sólo sea por eso, el 15M no fue totalmente inútil y desde luego los revolucionarios hemos de hacer autocrítica del papel que tuvimos allí. Criticar desde el sofá como hacen muchos, es muy fácil, lo que cuesta es señalar al capitalismo en asambleas desclasadas, proponer ir más allá de protestas guiadas por la policía, etc. Precisamente si Podemos lo ha tenido tan fácil para absorber el 15M, fue porque la mayoría de “revolucionarios” lo miraban desde la distancia, cuando lo revolucionario es acudir a esos movimientos para que no sean tan inofensivos y confrontar la influencia del reformismo. De aquella experiencia, nosotros también tenemos mucho que aprender.