Quienes levantamos con más fuerza la bandera de la
autodeterminación, somos los comunistas. No la burguesía catalana
“independentista” que por su posición acomodada no está dispuesta a un gran
enfrentamiento con el Estado, ni la pequeñaburguesía cobarde y vacilante, con
contadas excepciones. Digo los comunistas, no los revisionistas que
fortalecen a la oligarquía española desde el españolismo rancio, negándose a
defender el referéndum, diciendo estar a favor del derecho a la
autodeterminación de palabra y no de hechos, sin aprovechar esta ocasión para
agudizar la crisis del régimen. Al fin y al cabo hacen lo que llevan haciendo
desde la “transición”: fortalecer al Estado legitimando su legalidad. Además,
más allá de la estrategia, no se puede ser comunista sin defender el
democrático derecho a la autodeterminación.
El gobierno ha amenazado con hacer uso del ejército si es
preciso para impedir el referéndum y varios partidos nazis han asegurado que
acudirán a reventarlo. Pero esto no es suficiente para que la mayoría del
independentismo asuma como imprescindibles los comités de defensa del
referéndum. Es preocupante que tan solo una parte pequeña de la CUP haya
hablado de la necesidad de estos. La mayoría del independentismo sigue en la fe
ciega y en el ambiente festivo sin plantearse este tipo de cuestiones básicas. Defender el referéndum es impulsar comités de defensa, no irse
para casa tranquilos si el Estado lo impide con el uso de la fuerza o como sea.
¿Qué tiene que pasar para que algunos espabilen un poco y salgan de la ridícula
mentalidad hippie, que desfilen los tanques por Barcelona? ¿Que seamos
agredidos por soldados imperialistas? ¿Que los nazis amparados por el Estado
nos apuñalen como hicieron con Guillem Agulló y tantos más? ¿Que la Generalitat se cague y no haya referéndum?
Bastantes comunistas votamos a la CUP para que jugara el
papel que prometía jugar: presionar a Junts pel sí, impulsar la movilización en
las calles, ensanchar la base a favor de la independencia, etc. A sólo 4 meses
del supuesto referéndum, la movilización deja más que desear, apenas algunos
hablan de comités de defensa y hay una excesiva tolerancia o suavidad con las
vacilaciones del gobierno catalán. Ni siquiera las graves y amenazantes
declaraciones del gobierno español les llevan a ponerse firmes de una vez. ¿Hay
que recordar la reciente historia para saber a qué clase de Estado nos
enfrentamos? Por fin el otro día, María Rovira de CUP Barcelona, llamó al
Estado español por su nombre: fascista. Ya podrían tomar nota otras militantes
de la CUP que lo llaman democracia imperfecta o cosas por el estilo.
En mi ciudad, Lleida, las fuerzas independentistas apenas
hacen campaña u organizan charlas y debates abiertos en los que tratar ciertas
cuestiones. Hace poco organizamos uno y la ANC no quiso ni participar, pues no
les interesa que se ponga en duda la labor del gobierno catalán o que se diga
la verdad: que las cosas no serán tan fáciles como el paseo de la Diada si
queremos conquistar la independencia y no hacer el ridículo. Hasta la fecha, el
colectivo de mi ciudad que he visto más volcado con la defensa del derecho a la
autodeterminación, es Resisteix, organización comunista. Haciendo campaña,
entre otras cosas, por los comités de defensa ante boicots fascistas o el uso
de la fuerza por parte del Estado. Los comunistas no somos espontaneístas y por
lo tanto, no dejamos asuntos tan serios a la improvisación, de ahí que ya
llevemos tiempo insistiendo en la importancia de organizar la resistencia
popular para garantizar el derecho a la autodeterminación frente al Estado
fascista y las vacilaciones de la burguesía catalana a favor de la
independencia, que no es lo mismo que dispuestos a pelear de verdad por esta. Los
comunistas sabemos a qué clase de Estado nos enfrentamos y que no es para
tomárselo a guasa o a fiesta, por más que resulte incómodo que lo recordemos a
quienes creen que cederán ante la ilusión de tantas personas. Para preparar al
pueblo hay que hablar claro y ningún partido independentista presente en el
Parlament, lo está haciendo. Es una lástima porque ese millón de personas que
sale a la calle para la Diada, bien organizado sería imparable. Pero por ahora,
la cosa cambia o las carcajadas que el Estado español se va a echar a costa del
independentismo catalán, serán un eco constante.