Recuerdo cuando hace 6 años escuché la noticia de que las
plazas de todo el Estado se llenaban de personas protestando. Se me pusieron
los pelos de punta, me emocioné y sentí mucha alegría: ¡por fin salía la
indignación masivamente a las calles! Inmediatamente salí de casa y acudí a la
plaza de mi ciudad en la que numerosas personas se empezaban a congregar. Recuerdo
que llevaba una camiseta que ponía “siempre rojo y a la izquierda”. A los pocos
minutos se acercó un tipo a decirme que eso era ofensivo, que allí también
cabía la derecha. Qué ingenuo era él y a la vez yo, que había olvidado
arrastrado por la emoción, cuál era el nivel. Fue frustrante intentar hacerle
entender lo más básico y que no parara de repetir: “Aquí cabemos todos”. También
recuerdo que en una de las primeras asambleas hicimos grupos de debate y
propuse ocupar bancos como forma de protesta para denunciar, entre otras cosas,
lo que al menos varios asistentes sabían: que los políticos estaban al servicio
de la banca criminal. Me miraron como si propusiera atracarlos y mi propuesta
fue ignorada. Sólo un año después, la PAH convirtió ocupar bancos en algo
normal y eso prueba que hubo pequeños avances después del 15M.
Tras ver cuál era el nivel comprobando que tanta indignación
no quería ni ocupar bancos de forma pacífica, la alegría del principio se
convirtió en bajón, pero no por ello dejé de asistir los días siguientes. En
uno de estos, al lado de la plaza de la acampada, había un acto electoral del
PSOE para las elecciones municipales. Junto con unos compañeros anarquistas
fuimos a boicotearlo con una pancarta que recordaba lo que son y gritos.
Acudimos los de siempre, nadie nuevo del 15M se sumó, pero eso no era lo peor.
Al avanzar hacia el acto, la policía nos cortó el paso y tras un forcejeo, rompió
la pancarta e impidió el paso. Nunca olvidaré el comentario de un anciano que
pasaba por allí: “Esto parece el franquismo”. Desde la plaza del 15M se veía
todo y uno de los asistentes, un estudiante de medicina, vino corriendo. Vaya,
alguien que se une a nosotros, pensé. Pero todo lo contrario, le dijo a la
policía que no teníamos nada que ver con el 15M y que no apoyaban eso. Tuve que
armarme de paciencia para no partirle la cara y entonces, se desvanecieron las
pocas ilusiones que me quedaban respecto a aquella acampada. Este estudiante
era uno de los que llevaban el cotarro, por más que presumieran de “movimiento
horizontal”. Mi inmadurez política hizo que no denunciara eso en la asamblea y
lo dejara pasar. A los pocos días el tipo se debió cansar de que acampando no
se conquistara el paraíso y no vino más.
Yo seguí asistiendo, interviniendo en las asambleas y en el
micro demasiado abierto, pues habló hasta un mierda del PSOE y cuando lo increpamos
unos cuantos, otros tantos salieron en su defensa. Al ser un movimiento tan
desclasado y con un nivel de conciencia tan bajo, los oportunistas y tarados de
todo tipo se acercaban como buitres, hasta varios personajes venidos de sectas,
literalmente, campaban a sus anchas y eran venerados por algunos. Las asambleas
eran un caos y al final, tras horas y decenas de opiniones, se concretaba poco
más que la cena. Mi escasa experiencia militante, mi poca formación y mi frágil
paciencia, me impidieron tener un mejor papel intentando concretar yendo al
grano. No era fácil empujar a la combatividad cuando ponían como ejemplo a
Islandia y creían que por ocupar las plazas levantando las manos, los poderosos
abandonarían privilegios y cederían derechos. Derechos que, por otra parte,
tampoco se concretaban. Muchos pasaban por allí como una aventura de fin de
semana: acampada, cachondeo, fotos y punto. Lo poco positivo es que se gritaba
a los políticos: ¡No nos representan! El problema es que luego, cuando
boicoteábamos sus actos, nos condenaban o no se unían. También hizo que se
hablara masivamente de política en las calles y eso era necesario. Además, fue
en cierta manera el germen de movimientos como la PAH, que aún con sus lógicas
limitaciones, han servido para frenar muchos desahucios, señalar a criminales,
evitar cortes de luz y agua, etc. Igual que es nocivo sobrevalorar el 15M como
siguen haciendo muchos sin análisis crítico, también lo es decir que fue
totalmente inútil, entre otras cosas porque la experiencia enseña y muchos
aprendieron que no basta con acampar levantando las manos para conquistar
derechos.
Aunque todas las acampadas del 15M eran parecidas, en las
ciudades donde más militantes anticapitalistas participaban, tenían más
contenido, pero igual que yo, también se daban contra un muro a menudo y los
hippies montaban talleres de yoga y debates estériles mientras la miseria
crecía en los barrios que, en su mayoría y como es lógico, acusaban de
perroflautismo al movimiento. Los medios burgueses, sabiendo que era un
movimiento inofensivo, hablaban de este como si de un zoo se tratase y las
acampadas fueran monos a observar con la tranquilidad de saber que no darán dos
hostias. Eso hacía felices a los ingenuos, como si los medios financiados por
bancos y grandes empresas, pudieran hablar bien de un movimiento que realmente
ponga en peligro al régimen. Si lo hacen, es que demasiado falla, pues son
voceros y escudos de los culpables. Así, pasaron los días y la plaza cada vez
estaba menos llena, pues quienes esperan soluciones rápidas y cómodas, caen
rápido en el derrotismo. Tras casi dos semanas, la policía desalojaba al
amanecer por orden del alcalde del PSOE (ese al que habían protegido al
principio cuando le hicimos el escrache). Hubo detenidos y porrazos, una dosis
de realidad para quienes llamaban amigos a los policías y creían que el
buenrrollismo de la acampada iba a contagiar a los opresores. La manifestación
de por la tarde fue una de las más masivas que he visto en esta ciudad. Cuando pasábamos
por delante de la comisaría se golpearon cristales y hubo quienes intentaron
arrancar las banderas del edificio, otra vez frenados por quienes llamaban
violencia hasta a eso.
El 15M puede resumirse en “mucho ruido y pocas nueces”. Se
cuestionó al régimen pero no se atacaron sus pilares. Se dijo que había que
conquistar derechos pero ni se concretaron ni se supo cómo. Lo pintaron como el
inicio de la lucha sin querer saber nada de luchas pasadas mucho más serias que
sí conquistaron derechos, era la soberbia de una indignación pequeñoburguesa.
Hoy estamos mucho peor que en 2011 y las plazas están vacías porque se pasó del
“no nos representan” a decir que Podemos sí nos representa. Los oportunistas de
Podemos captaron ese cabreo descafeinado y lo sedaron aún más en las urnas. Un
movimiento desclasado era pasto de quienes como Podemos no representan a
nuestra clase. Por eso, los barrios más jodidos, donde hay cabreo de verdad
aunque no se organice ni se dirija bien, no se sentían representados por el
15M. Al final, aquella movilización en las calles, sirvió a quienes alejan la
lucha de las calles. Pero qué duda cabe, de que la próxima vez que las calles
se llenen masivamente durante tantos días, el nivel será más alto por las
lecciones de la experiencia y por la conciencia de clase que la crisis
capitalista ha servido con hostias de todo tipo. Aunque sólo sea por eso, el
15M no fue totalmente inútil y desde luego los revolucionarios hemos de hacer
autocrítica del papel que tuvimos allí. Criticar desde el sofá como hacen
muchos, es muy fácil, lo que cuesta es señalar al capitalismo en asambleas
desclasadas, proponer ir más allá de protestas guiadas por la policía, etc. Precisamente
si Podemos lo ha tenido tan fácil para absorber el 15M, fue porque la mayoría
de “revolucionarios” lo miraban desde la distancia, cuando lo revolucionario es
acudir a esos movimientos para que no sean tan inofensivos y confrontar la
influencia del reformismo. De aquella experiencia, nosotros también tenemos
mucho que aprender.